Scroller

lunes, 24 de octubre de 2011

“Amarás al Señor tu Dios y al prójimo como a ti mismo”.



Le preguntaron a Jesús cuál era el principal mandamiento en la ley. Es preciso decir que los códigos civiles eran largas listas que prohibían y mandaban. Con esta situación en la memoria del pueblo judío, le hacen una pregunta, para ponerlo a prueba, para comprobar su capacidad de sintetizar tantas leyes y no quebrantar alguna: ¿Cuál es el mayor mandamiento?


Jesús responde con claridad: el principal mandamiento consiste en amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y toda la mente. Y añade algo que no se le había preguntado: amar al prójimo como a sí mismo.


Pedagógicamente podríamos clasificar la respuesta como un amor vertical y uno horizontal; a Dios y al prójimo respectivamente. El vertical obliga a dar un salto al infinito, a creer. El mandamiento horizontal puede ser cumplido por muchos, pero de ésos, pocos lo unen al primero.

Nuestra celebración Eucarística tiene esta doble perspectiva: un aspecto vertical, rememorar el sacrificio de la cruz; y el horizontal, la común-unión de los cristianos entre sí en una cena mística, nupcial, que renueva la última cena del Señor.


Un mandamiento que está en la ley, y lo podríamos deducir de la respuesta de Cristo: Santificar las fiestas. A pesar de las facilidades que la Iglesia da últimamente, son muchos los que se desentienden de este “precepto”, excusándose de pereza, “se hizo tarde”, “salió otro plan”, etc.

Para finalizar, retomemos la última idea. La pereza o el olvido pueden ser una excusa para no asistir a un acto social y religioso, para ellos. Pero en el fondo, es sencillamente una falta de amor. Y no amar en el cristianismo en una falta grave.


Con una sencilla comparación nos quedará todo claro; ¿Es posible que un enamorado falte sin razón, o por pereza, o porque “se hizo tarde”, a la cita? La Misa es una cita con Dios y los hermanos que creen e invocan al mismo Padre. Quien falta a esta cita es porque no ama.



Wladimir Gutierrez, seminarista.

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