“Como has sido fiel en lo poco,
pasa al banquete de tu Señor”.Para abordar este evangelio, vale la pena mencionar brevemente sus diferentes momentos: un señor rico que se va, unos servidores, unos talentos a ellos confiados, un tiempo de espera y una recompensa. También es preciso ver que, talento era una moneda fuerte equivalente a una gran suma de dinero; pero hoy en día significa todo don de Dios: inteligencia, simpatía, hermosura, etc.
La razón de que cada servidor haya recibido diferentes talentos radica, naturalmente, en que cada uno es diferente en cuanto a sus capacidades; pero a la hora de devolverle al señor, la diferencia no está en la cantidad recibida, ni en la suma entregada, sino en el fiel esfuerzo de los primeros y la comodidad inactiva del último. El Señor habla de una recompensa a los que trabajaron por devolver más, y declara que esa recompensa no tendrá comparación ni proporción por lo extra que entregaron sus trabajadores. Evidentemente que la fidelidad en lo poco garantiza la fidelidad en lo mucho; por el contrario, no se puede delegar en quien ha dado muestras de irresponsabilidad.
Cuando en una parroquia hacen falta personas sacrificadas para ocupaciones molestas, oscuras, desinteresadas, unos cuantos dirán que “no tienen tiempo”, y será necesario acudir siempre a los mismos, es decir, a los que están ocupados con mil cosas y no saben negarse a nada.
Los cómodos, los que no quieren “meterse” para no comprometerse, no hacen lo único que tienen que hacer: esforzarse por devolver algo más al Señor. Justamente es aquí donde podemos decir que, el Padre de nosotros, el Señor, los cambiará por los que ya tienen mucho; los que sí se han esforzado por devolverle algo más a su Señor: los santos. La parábola de los talentos es la parábola de la responsabilidad, del entusiasmo, del compromiso. Cada don divino es un tesoro en nuestras manos, que nos hace poseedores de una gran fortuna. Nuestra vida es el máximo don; y, para vivirla hay que donarla. Al final de los tiempos, seremos juzgados por el amor y, ¡cuánto nos cuesta entenderlo! Sólo el amor -- el de Cristo en primer lugar -- nos permitirá trabajar, con generosidad y compromiso, para construir su Reino entre nosotros.Pidamos a María, nos transforme, para que fructifiquemos, y Su Hijo, de verdad, reine en nuestro mundo.
Wladimir Gutierrez, seminarista.
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