Scroller

viernes, 3 de agosto de 2012

LOS POBRES NO PUEDEN ESPERAR

Estamos en el mes de la solidaridad. Este tiempo constituye un tiempo de gracia para preguntarnos qué significan los demás para nosotros y si estamos realmente preocupados de ellos y ocupados por ellos. La solidaridad no es un sentimiento, sino que la determinación firme y constante de colaborar para que todos quienes se ven limitados en su dignidad por las paupérrimas condiciones en las que viven puedan tener condiciones más humanas de vida. La solidaridad es la expresión más primitiva de nuestra fe en Jesucristo que siendo rico se hizo pobre para compartir su vida con nosotros y darse por nosotros entregando su propia vida.
La solidaridad es una invitación a salir de nosotros mismos y a entrar en la lógica del servicio como expresión de lo mejor de nuestra humanidad. Sólo dando, sólo dándose es posible vivir en plenitud nuestra condición de seres humanos, amados por Dios hasta el punto de que el Hijo de Dios da la vida por cada uno de nosotros.
Urge hoy, como comunidad de creyentes tener meridiana claridad que la voluntad de Dios es que estemos al servicio de los demás. Si, allí es donde aparecerá realmente nuestra fe y sobre todo nuestra ilimitada confianza en Dios. Es también el mejor testimonio de que la Iglesia es el cuerpo de Cristo y como Cuerpo nos hacemos cargo de los necesitados. Los campos de acción en el ámbito de la solidaridad son inmensos. Empezando por los que no tienen lo necesario para vivir y continuando con los que están necesitados de afecto, de amor, de compañía. La pobreza espiritual es otro campo que hemos de tener muy presente, porque no hay pobreza más grande que no creer, que no encontrarle sentido a la vida, que vivir sin esperanza.
No puedo dejar de expresar mi más profundo agradecimiento por el tiempo que compartí el ministerio episcopal junto a Mons. Ossandón. Su paso por la Arquidiócesis nos edificó a todos y estoy seguro que prestará un gran servicio en la Arquidiócesis que lo vio crecer como cristiano y sacerdote, Santiago. Que Dios te bendiga y que la sabiduría de Dios te ilumine.

No hay comentarios: