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domingo, 5 de junio de 2011

La Ascensión del Señor



En este domingo, la Iglesia nos pone frente al Dogma de la Ascensión del Señor, es decir, el momento en que sube a los cielos, a los 40 días de su Resurrección. Es San Mateo, quien lo narra hoy, episodio conclusivo de su evangelio.

Jesús, al mismo tiempo que promete su presencia entre nosotros hasta el fin de los tiempos, nos presenta un triple mandato: Id por todo el mundo, haced discípulos de todas las naciones enseñándoles a observar cuanto os he mandado (19-20).

“Id por todo el mundo”, es un mandato, una orden urgente. Nos dice claramente a cada uno de nosotros: nada de inmovilismo, nada de comodidad. No basta que esperemos pacientemente que otros nos evangelicen: en nuestra catequesis, en nuestra casa, tal vez alguna misión. Es importante que nosotros tomemos la iniciativa, nos dice Jesús hoy, cada uno debe ponerse en acción para llevar el Evangelio donde sea necesario, sin distingo, ni exclusividad, porque todos quienes nos rodean necesitan de Cristo: nuestros amigos del barrio, nuestros compañeros, familiares, conocidos, nuestros adversarios …

Pero, hacer discípulos de Cristo no sólo implica llevar la palabra evangelizadora a nuestro ambiente, sino, muy primordialmente, llevar nuestro ejemplo; la palabra hecha vida: más explícito aún, ser testimonios de Cristo, nuestro Maestro: sí que es tarea difícil, pero es ésta nuestra Misión: ser otros Cristos.

preguntémonos “¿ somos lo que decimos que somos? ¿somos lo que hacemos?” decimos que somos solidarios, que amamos a nuestro prójimo, decimos honrar a Cristo con la Santa Misa y Comunión dominical, pero aparecemos allí una vez al mes, no hay coherencia con nuestras acciones, ¿quién podría creernos? Si somos auténticos cristianos, debemos imitar a nuestro Maestro, viviendo en Él y haciendo discípulos para Él.

Como preciosa retribución, Jesús nos promete “no los dejaré huérfanos”( el domingo anterior), Él estará con su Iglesia hasta el fin de los siglos.

Para ser auténticos cristianos, tenemos que comenzar de nuevo cada día, renovar cada día la decisión de acoger a Cristo, ser verdaderos discípulos y sin vacilaciones, bajo las iluminaciones de Su Santo Espíritu, mediante la oración, la Eucaristía y los sacramentos, anunciar su amor el que se inicia o pasa por el camino hacia el hermano,¡ no vivamos aislados!.

Por último, quedémonos con lo que decía San León: la Ascensión de Cristo es nuestra propia elevación, y allí donde ha precedido la gloria de la Cabeza, está fija la esperanza del Cuerpo: dejémonos invadir por la alegría.

Wladimir Gutierrez, Seminarista

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