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lunes, 20 de junio de 2011

Santísima Trinidad

Este domingo, al celebrar a la Santísima Trinidad, cabe hacer constar también que, en la Historia de la Salvación, el Padre realiza su obra hasta la Encarnación; luego viene la obra del Hijo, que anuncia un Acontecimiento y funda la Iglesia; y, a partir de Pentecostés, la dirección de la Iglesia corresponde al Espíritu Santo: Padre, Hijo y Espíritu Santo, integran la Familia Trinitaria, y en tal connotación, ese Amor triduo se corresponde con el amor que relaciona, en íntima unión a los miembros de una familia; de nuestra familia.

La familia, entonces, es imagen de la propia vida de Dios -- ¡qué sagrada es la familia! -- que engendra, no crea, al Hijo; y de ese mutuo Amor, procede el Espíritu Santo.

Es válido a estas alturas preguntarnos: ¿De qué manera, con qué grado de espiritualidad y consecuencia estamos respondiendo, cada uno de nosotros, redimidos por Cristo, al carácter de sacralidad que deberían revestir en este tiempo nuestras familias cristianas? Difícil respuesta.

Por otra parte, siguiendo a los grandes del pensamiento cristiano, habría que señalar que, esta corriente trinitaria de amor por los hombres, se perpetúa de manera sublime en la Eucaristía. La Trinidad entera actúa en el Santo Sacrificio del Altar.

Por eso, estas palabras finales de la Santa Misa: “Por Jesucristo, Señor Nuestro; Hijo tuyo -- nos dirigimos al Padre -- que vive y reina Contigo en unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos. Amén.

El amor de la Trinidad a los humanos hace que, de la presencia de Cristo en la Eucaristía, nazcan para la Iglesia y para la humanidad todas las gracias”.

Así se entiende que la Santa Misa sea el centro y la raíz de la vida espiritual del cristiano.

Wladimir Gutierrez, Seminarista.

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