Scroller

lunes, 10 de octubre de 2011

Reflexión





“A todos los que encuentren, invítenlos a la boda”

Cuando Jesús enseña sobre el Reino de los Cielos, nunca dice literalmente “qué es”, sino sólo “a qué se parece”.
En esta parábola, presentada también por Lucas (14, 15-24), destaca cómo todos son invitados, sin excepción, a la boda. Es la invitación a la salvación universal, a la mesa de Dios. A la luz de nuestra realidad actual, seguramente, no se consideraría natural invitar a nuestra mesa, a nuestra casa a un mendigo o extraño, como lo propone este Rey. Pero justamente, para Dios ése es el método: invitar a todos a sentarse a su mesa.


Las excusas de los invitados, podrían parecernos lógicas, pues tienen que cumplir un deber, una obligación que les impediría asistir a la boda; mas, se nos recuerda que no debemos pretender como propio lo que no es más que un medio para este mundo. “Amarrarnos” a los bienes puede causar la separación entre creaturas y Creador. Se pueden cumplir todas las tareas diarias, los compromisos domésticos, sin desoír la invitación de Dios.


El Rey, Dios, preparaba un banquete de Bodas, nos dice la parábola; y ¿qué banquete más universal que la Eucaristía? Vemos a diario cómo innumerables invitados quedan indiferentes o se excusan con fáciles pretextos. Cada domingo se acercan miles de personas a comulgar, pero ¡cuánta ausencia masculina, o de jóvenes!, cada uno con una justificación.


Una idea clave en la parábola es, sin duda, el traje de fiesta (v 11): el Rey encuentra un invitado sin el “traje adecuado”. El cristiano que responde a la invitación de Dios, debe llevar traje de bodas: como lo hemos venido anunciando en los domingos anteriores, las obras de la justicia deben acompañar a las convicciones de la fe. Responder a la invitación con una fe madura, que fructifica; de nuestras obras, al final, se nos pedirán cuentas: ¿Cómo es que has entrado aquí? Con amor y entrega.

Wladimir Gutierrez, seminarista.

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